Paradójico Sarkozy: condenado judicialmente e influyente en la política y los negocios | Internacional

El expresidente francés Nicolas Sarkozy, durante la firma de ejemplares de su último libro, el pasado agosto en Arcachón.CHRISTOPHE ARCHAMBAULT (AFP)

El expresidente francés Nicolas Sarkozy (París, 68 años) siempre va de cara. Hasta sus críticos más acérrimos se lo pueden conceder. No practica lo que en Francia se llama la lengua de madera, la costumbre de tantos políticos de hablar con fórmulas huecas para no decir nada. En su último libro, que ahora se publica en castellano, habla de Juan Carlos I y su nuera, la reina Letizia. Va directo, sin rodeos. “La relación [entre Juan Carlos y Letizia] no me pareció ni de confianza ni de afecto”, escribe Sarkozy. “Constaté claramente una reticencia, sin duda recíproca”.

La reflexión aparece en las páginas de Los años de las luchas (Alianza editorial, en castellano) sobre la visita oficial a Madrid en 2009. Juan Carlos todavía reinaba y sus escándalos no habían estallado. Tampoco los casos que marcarían a Sarkozy hasta hoy.

Casi 15 años después, Juan Carlos I ha caído en desgracia. Reside en Abu Dabi, lejos de su país y su familia, aunque no ha sido imputado ni condenado. El conservador Sarkozy, presidente entre 2007 y 2012, sí ha sido condenado en dos casos por corrupción y financiación ilegal, condenas recurridas y en suspenso. Hasta la sentencia definitiva se le presume inocente. Ahora está a la espera de otro juicio e imputado en un cuarto caso.

Y, pese a todo, el presidente Emmanuel Macron le agasaja. Almuerzan de vez en cuando. La última vez, según La Tribune, a finales de noviembre. Es más: sus libros son superventas. Esta semana estará en Madrid para presentar el último, el primero en español. La editorial, Alianza, pertenece a Hachette, del grupo Lagardère, en cuyo consejo de administración se sienta el expresidente, en una de sus múltiples actividades empresariales. Sarkozy nunca cayó en desgracia como Juan Carlos I. Él sigue influyendo, se le sigue escuchando.

Franz-Olivier Giesbert, autor de la jugosa trilogía Historia íntima de la V República y periodista de referencia en cabeceras como Le Nouvel Observateur, Le Figaro y Le Point, detecta nostalgia de Sarkozy. “Hay nostalgia en una parte de la derecha”, dice, a pesar de que muchos, en Los Republicanos, partido que el expresidente fundó, no le perdonan que en las presidenciales de 2022 apoyase a Macron. “Macron le consulta”, dice Giesbert, “aunque no creo que le escuche demasiado”.

Que se le consulte y que suscite añoranza puede sorprender, visto su historial judicial. ¿Una anomalía francesa? ¿O la prueba de que el historial judicial no es para tanto y por eso no hay problema en agasajarle?

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“Nicolas Sarkozy disfruta de una especie de inmunidad en Francia por haber sido presidente de la República”, dice Fabrice Arfi, periodista de investigación en el diario Mediapart y autor de un breve ensayo sobre la corrupción en la política francesa. Añade Arfi: “Es como si esto le ofreciese un muro que le permitiese, política y mediáticamente, ser más resistente a problemas que otros no podrían resistir, pues los hechos son gravísimos, teniendo en cuenta las funciones que desempeñaba”.

Giesbert cree que, si a Sarkozy se le escucha y entre un sector de la población es popular, “es porque, cuando le condenan, la gente no cree que sea algo serio”. “Es terrible para la justicia francesa”, lamenta. Puntualiza: “De todas maneras yo no soy sarkozysta”.

La anomalía, según el veterano periodista, es lo que en su libro llama “el encarnizamiento judicial insensato, como si los magistrados de la Fiscalía Nacional Financiera hubiesen decidido acabar con él por todos los medios poniéndole un brazalete electrónico antes de lanzarle a un calabozo hasta el final de sus días, ¡y que no se hable más!”. Al teléfono, completa: “Soy de los que piensa que no hay gran cosa detrás de estos casos”.

Animadversión

La venganza tendría su origen cuando el presidente Sarkozy criticó a los magistrados y propuso una reforma que les desagradaba. Lo relata el expresidente en Los años de las luchas: “No tardaría en comprobar lo profundo de la animadversión que mi persona había suscitado, de manera totalmente injusta, en parte de la judicatura”.

El argumento del expresidente es que, desde entonces, fiscales y jueces se la tienen jurada. En el caso por corrupción y tráfico de influencias en un supuesto intercambio de favores con un magistrado, fue condenado en 2021 a tres años de prisión, de los que debe cumplir uno. El Tribunal de Apelaciones confirmó la condena en mayo y el expresidente irá al Supremo. En el caso de la financiación de la campaña para la reelección en 2012, fue sentenciado a un año de cárcel. El juicio de apelación acaba de terminar y el fallo se espera en febrero. En 2025 está previsto el juicio por la supuesta financiación de su campaña de 2007 con dinero de la Libia de Muamar el Gadafi.

Tras la condena más reciente, en mayo, Sarkozy denunció en Le Figaro: “Algunos magistrados libran un combate político”. Sarkozy, al contrario que el líder de la izquierda Jean-Luc Mélenchon cuando fue juzgado por encararse con un policía durante un registro, no invoca el concepto de lawfare para quejarse de la supuesta politización de la justicia. Pero el significado parece similar. “Yo lo llamo el cartel de la impunidad: personas de líneas políticas distintas que, en el fondo, dicen lo mismo”, dice Arfi. “Se trata de una destrucción de la gramática republicana”.

“Hay algo muy berlusconiano aquí”, afirma el periodista de Mediapart en referencia al expresidente. “Los atracadores y los traficantes reaccionan igual. Dicen: ‘El problema es el fiscal’. O: ‘El juez no me quiere’. En estos casos se dice que se defienden como pueden, pero cuando se trata del antiguo presidente, que ha sido el garante constitucional de la independencia de la justicia, para mí es dramático”. En una posición contraria, Giesbert opina sobre las acusaciones y condenas que pesan sobre el expresidente: “Para mí se trata de una vendetta”.

Pero Sarkozy no se va, ni se irá. Once años después de dejar el poder, sigue ahí, hiperactivo —“soy un angustiado”, confesó una vez ante un juez— y dedicado a una doble labor. Reivindicar su legado, truncado por la crisis financiera y la derrota ante el socialista François Hollande. Y preparar su defensa judicial. Entre los recursos y al menos un nuevo juicio, le quedan años en el banquillo.

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