La solución de un colegio contra los móviles está en un sobre cerrado: “Ahora ya no tenemos que confiscarlos” | Tecnología
En el colegio privado Dragon School de Torrelodones (Madrid), la guerra contra el móvil en las aulas ha dado el paso definitivo. Ya no bastan las taquillas, la autorregulación o la vista gorda en los recreos. En el centro, los alumnos llevan sus móviles bloqueados en unas bolsas de tela con un cierre por imán de seguridad, que funciona de modo similar al antirrobo de supermercados o ropa de grandes almacenes. Cada mañana y tarde, los estudiantes esperan en fila con sus bolsas a pasar por el imán junto a la puerta, que sostienen un par de profesores.
Las opiniones de los jóvenes están divididas: unos lo viven con naturalidad porque llevan años recibiendo cursos y talleres sobre el uso adecuado del móvil y sus peligros. Otros, en cambio, lo llevan peor: “Me parece mal, qué te voy a contar”, dice un alumno de 17 años. La dirección, en cambio, está encantada: “Ahora ya no tenemos que confiscar móviles, hemos dejado de hacer de polis malos”, dice Mariana Evangelista, directora de Admisiones del centro.
La escuela tiene prohibidos los móviles desde 2020. “Antes de la pandemia no era un problema”, dice Evangelista. “Después de la covid, los niños se volvieron terriblemente adictos. Un día hicimos una excursión a la que no se podía llevar móvil y una niña de 11 años se puso a gritar, a llorar y a patalear porque no lo tenía”, añade. Empezaron a ser más estrictos, pero algunos estudiantes seguían usándolos en el baño o en momentos libres. El colegio quería evitar ir más allá: “No puedes estar cacheando a los chicos, ¿en qué te vas a convertir?”, dice Evangelista.
A un cargo directivo del centro le saltó un anuncio en redes de un recurso que usaban sobre todo colegios estadounidenses. Era de Yondr, una empresa estadounidense fundada en 2014 y que fabrica esas bolsas con el objetivo de crear espacios libres de móviles. Bob Dylan las usó en su última gira y se han empleado en tribunales, bibliotecas, bodas o museos. Su producto principal es la bolsa donde el móvil queda encerrado, y solo se abre con un imán al salir del espacio.
La escuela les contactó y en mayo firmaron un acuerdo. EE UU es el país con más escuelas con bolsas, según cuenta la compañía. En Europa, los dos principales son Reino Unido e Irlanda. Hay 16 países en el mundo que usan productos de Yondr, la mayoría en Europa. En España solo la Dragon School usa este recurso.
Yondr dice estar en contacto con autoridades españolas. Preguntada por este periódico, la empresa dice haber tenido conversaciones con el Departament d’Educació de la Generalitat de Catalunya y con las oficinas del alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, y de su teniente de alcalde, Maria Eugènia Gay. Ninguna de estas instituciones confirma que haya habido reuniones formales con Yondr.
Junto a las familias, el otro gran campo de batalla para los adolescentes a la hora de usar un móvil es el colegio o instituto. En Galicia, Castilla-La Mancha y Madrid los móviles están prohibidos, mientras que el resto lo deja en manos de cada centro. Pero la teoría es mucho más fácil que la práctica: hay profesores que piden los móviles para mirar un mapa o una app educativa, en los patios nadie vigila cada esquina y muchas familias quieren que sus hijos mantengan cierto acceso por si deben hablar con ellos.
En un correo electrónico privado dirigido a un grupo de padres, al que ha tenido acceso EL PAÍS, un profesor describe la situación de su instituto en Madrid: “Los móviles están prohibidos en los centros escolares por normativa, no es un tema discutible. El problema es hacerlo cumplir o quién debe imponerlo. Desde el momento que dejamos que lleven el móvil al instituto ya depende de los estudiantes que nos hagan o no caso del momento de usarlo. Si lo llevan, lo suyo es que lo dejen en la mochila, apagado, cuando entran en el instituto. Parece ser que está permitido en clase si el profesor te deja sacarlo para realizar una determinada actividad, lo que al final confunde también a los alumnos”, escribe. Aunque se requise alguno, es una batalla perdida con tantos frentes. De ahí que la Dragon School optara por esta solución.
“Es mi tentación”
“A mí, la verdad, me resulta una tentación”, dice una alumna de 18 años de la Dragon School, mientras sostiene la bolsa de Yondr en su mano. Tiene algo de cinturón de castidad o de preservativo, según cómo se mire: el objeto del deseo está ahí dentro y no hay acceso. Los móviles deben ir apagados dentro de la bolsa para evitar que los alumnos se conecten a él con tabletas u ordenadores. Los relojes inteligentes también van dentro del sobre. Para evitar todo intento de trampa, la escuela ha numerado los siete imanes que se usan para abrir las bolsas a la salida del centro. Así no se pierden.
“Los profesores y los padres están encantados”, dice Helder Marques, director de Operaciones de la Dragon School. “Entre los niños, quizá los más mayores tengan más problemas. Cuando hicimos la reunión de presentación el 13 de septiembre, dijimos: ‘Tenemos un gran regalo para vosotros’. Ellos estaban encantados: ‘¿Qué nos va a regalar el colegio? ¿Una taza?’”. Pero no. Era una bolsa gris para encerrar el móvil. La Dragon School compró 200 bolsas para los 160 alumnos que tiene con móvil. Los precios, según Yondr, rondan los 30 euros por bolsa, aunque pueden hacer descuentos, como en Torrelodones, donde pagaron unos 20 euros por bolsa.
En la Dragon School han dado este paso porque las familias lo aceptaron en una reunión previa. “Otros colegios quizá piensen que la familia lo vivirá con rabia o que el alumno va a estar enfadado. Por eso tenemos que enseñarles, primero, que esto es bueno para ellos, que es por su futuro”, dice Marques. Su colegio hace cursos y talleres constantes sobre los problemas que puede causar el uso de redes o la adicción a móviles. Muchos de sus alumnos entienden esas limitaciones y las aceptan sin más.
La escuela considera que los móviles son más perjudiciales que positivos y están convencidos de su apuesta. “Los niños pierden muchísimo tiempo con el móvil y no tienen la madurez de saber que ese tiempo no vuelve”, dice Evangelista. “Yo creo que esto les ayuda a tomar conciencia de la interacción con otros, les da la oportunidad de abrir un poco más la ventana”. Dentro de las aulas la escuela deja usar ordenador o tableta para los trabajos. “En clase, estos chicos están menos ansiosos. Trabajan mejor, están más relajados. No hay lucha”, añade Evangelista.
A pesar de esta batalla contra los móviles, el problema, dice la dirección, no es la tecnología en sí. “Utilizamos mucho también la inteligencia artificial”, dice Marques, con herramientas como ChatGPT. “No les estás negando la tecnología, les estás advirtiendo de que tomen conciencia de que cuando no están con esto todo lo que pueden hacer”, dice Evangelista.
Las expertas tienen dudas
EL PAÍS ha consultado con dos expertas en desconexión digital la utilidad de este tipo de límites extraordinarios para el uso del móvil. Como es habitual, no hay respuestas definitivas y depende a menudo del adolescente afectado y de otros factores que le rodean. “En términos de autocontrol, las bolsas pueden ayudar a algunas personas porque eliminan la tentación inmediata de mirar sus móviles, lo que reduce las distracciones. Sin embargo, para otros, no estar completamente disponible puede ser un factor estresante”, dice Mehri S. Agai, investigadora de la Universidad de Bergen (Noruega).
Aunque el objetivo de estas medidas tiende a ser educar a los jóvenes para que no reproduzcan algunos malos hábitos de adultos, hay que tener en cuenta que sus necesidades digitales pueden ser distintas: estos periodos de desconexión digital “requieren más esfuerzo para los adolescentes como grupo”, dice Agai. “La razón es que dependen del mundo digital para su ocio, socialización y, más importante, en sus intentos de formarse su identidad. Han crecido en un mundo donde la tecnología digital es omnipresente”, añade.
Esto no implica que los adolescentes no desconecten: “Claro que lo hacen, pero puede que les cueste más”, dice Agai. “De hecho, hay estudios que demuestran que los más jóvenes se desconectan más intencionalmente porque conocen más la tecnología que las generaciones mayores. Saben cómo desconectarse utilizando estratégicamente las aplicaciones, modos y otras opciones de configuración de su teléfono”, añade.
El reto principal de estos métodos es acompañarlos de una educación constante, tanto de palabra como de ejemplo. Y esto no siempre es así, según Patricia Dias, profesora de la Universidad Católica de Portugal: “Aprender a autorregularse es una habilidad muy importante para los niños, y se enfrentan cada vez a más dificultades para hacerlo porque viven en un mundo de retroalimentación instantánea, conexión permanente y recompensa inmediata. Si confiamos en la prohibición, en hacer los dispositivos inaccesibles y en la vigilancia, ¿qué harán los niños cuando nadie los esté mirando o vigilando? Lo mejor es apoyarles para que aprendan a tomar buenas decisiones, para que puedan ser independientes y autónomos. Estas bolsas pueden ser una etapa transitoria en este proceso de aprendizaje, o incluso parte de un sistema gamificado, pero no son la solución. La solución es la autorregulación”, dice Dias.
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